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José Maní era un indio de Huacho, propietario de tres hectáreas de terreno conocidas con el nombre de Huerto de José Maní.
Al dicho propietario le estorbaba lo negro de la tinta, es decir que, en materia de saber leer, no conocía ni la O por redonda ni la I por larga; pero ello no impidió que, vendiendo naranjas, chirimoyas y aguacates, adquiriese una decente riqueza y prestigio bastante para elevarse á la altura de regidor en el Cabildo de su pueblo.
En la cuaresma de 1795, los vecinos contrataron a un sacerdote del convento de Lima para que se encargase de predicar en Huacho el sermón de las Tres horas, al que dio origen en Lima el jesuíta limeño Alonso Mesía y que, poco á poco, y por mandato pontificio, se ha generalizado en todo el mundo católico.
El Viernes Santo no cabía ya ni un alfiler de punta en la iglesia parroquial. Por supuesto que José Maní, en traje de gala, esto es, con capa española que le hacía sudar á chorros por lo recio de la estación veraniega, se sentaba en uno de los cómodos sillones destinados á los cabildantes.
El predicador, que era un pozo de sabiduría, después de una breve introducción, entró de lleno en el asunto de la Pasión de Cristo.
Cada vez que el orador hablaba del huerto de Gethsemaní, las miradas de todos se volvían hacia don José Maní, que se ponía muy orgulloso al informarse del importante papel que su huerto desempeñaba en la vida de Cristo. ¡Qué honra para Huacho y para los huachanos!
Eso de que el predicador llamase al huerto Gethsemaní, y no Josemaní, lo atribuyeron los huachanos á error muy comprensible en un fraile forastero.
Pero cuando el padre dijo que fué en el huerto de Geíhsemaní donde los judios se apoderaron de la persona del Maestro Jesucristo, los ojos todos se volvieron á mirar al asombrado huachano, como acusándolo por su cobardía en haber dejado que, en su casa, en terreno de su propiedad, se cometiese tamaña ofensa con un huésped. ¡Y qué huésped. el Dios de Israel!
Hasta el alcalde del Cabildo no pudo dominar su indignación, y volviéndose hacia José Maní le dijo en voz baja:
—Defiéndase, compañero, si no quiere que, cuando salgamos, lo mate el pueblo á pedradas.
Entonces José Maní, poniéndose en pie, interrumpió al predicador, diciendo:
—Oiga usted, padre. No me meta á mí en esa danza, que yo no he conocido á Jesucristo ni nunca le vendí fruta; y pido que haga usted constar que, si se metió en mi huerto, lo hizo porque le dió la gana y sin licencia mía, y que yo no tuve arte ni parte en que lo llevaran á la cárcel, y
¡Aleluya! ¡Aleluya!
Cada cual está á la suya.
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